Hacer música es servir

Si existe una condición para que la música suene bien y cumpla su misión de despertar a la persona interiormente (emocionar) esa es la actitud de servicio: servicio hacia el oyente y servicio hacia los propios miembros de una agrupación. 

Vivimos en una sociedad demasiado acostumbrada a dinámicas de poder y de reivindicación. Parece que las decisiones de los políticos y dirigentes han de tomarse en función de las presiones que llegan de un lado y de otro, o para defender cuotas de poder, legitimadas por la aparente aprobación de las masas. 

La forma de lucha por el poder ha cambiado, los métodos, afortunadamente son menos violentos que en otras épocas, pero el espíritu es el mismo: el poder, salvo en muy contados y excepcionales casos, es para conservarlo, no para servir. 

Cuando una agrupación musical se sube a un escenario adquiere un poder casi absoluto sobre el silencio. Es un poder frágil y pasajero, basado en un acuerdo con el público que acepta escuchar sin apenas intervenir, pero en definitiva un gran poder, pues el sonido tiene posibilidades infinitas de ser moldeado.  

 Hay músicos que utilizan ese poder para mostrarse a sí mismos y acaparar así toda la atención posible, convirtiendo sus actuaciones en una constante demostración de habilidades. De esas actuaciones uno puede sacar la conclusión de “qué fenómeno este músico”, o “qué pesado…” No obstante, cuando el músico se impone sobre el mensaje y el público, es muy probable que la conexión emocional, a pesar de la mayor muestra de capacidades, sencillamente no exista. 

Existen por otra parte músicos y agrupaciones que comprenden que su objetivo, su mensaje, está por encima de ellos. Pueden ser menos habilidosos, o hacer menos muestras de habilidad, pero en su actitud humilde de servicio se convierten en partícipes de una realidad abierta a la que el público puede tener un acceso más directo. En estas agrupaciones el equilibrio entre la escucha y la participación es fundamental, así como la fuerza que adquiere el compartir un mensaje profundo, que finalmente es percibido por el público a través del misterioso cauce de las ondas sonoras, que llegan a los oídos y corazón de buena parte del público. 

Este equilibrio es en gran medida parte fundamental de la grandeza del arte musical: tocar o cantar es servir. Servir con humildad, pero si es necesario también con firmeza, en función del mensaje que se interpreta en la partitura. El director/a sirve a la orquesta o al coro. Cada músico o cada cantante sirve al que tiene a su lado y se apoyan los unos en los otros. Cada sección sirve a la que tiene al lado, apoyándola, complementándola o llevando la melodía principal con humildad, y todos juntos sirven al público, que a su vez con el respeto al silencio sirve a la agrupación. 

El compositor a su vez, al componer sirve a aquella inspiración que le ha hecho vibrar y que intuye hará vibrar a otros.

Cuando todos están al servicio de todos, entonces se produce el milagro de la belleza. Entonces la música nos muestra el camino de una sociedad basada en el servicio y no en el ego, la reivindicación y las luchas de poder, que tanto socavan y hieren el alma humana. 

 

 

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musicalthinkers

Sep 18, 2019

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